La nueva propuesta de ficción y fantasía llega a la cartelera nacional; está basada en el libro homónimo de Ernest Cline; narra la historia de un joven que persigue una recompensa.
Tratándose de la que quizás sea la obra escrita por Ernest Cline más representativa de la actual tendencia a la autorreferencia que impregna gran parte del entretenimiento, era de esperarse que la misión de llevarle a la pantalla grande fuera encomendada a un director que no sólo formara parte de la misma, sino que le entendiera a la perfección.
Que al final el proyecto cayera en manos de quien además es una de las figuras a las que le rinde culto, elevó tremendamente las expectativas, convirtiendo Ready Player One en una de las películas más esperadas del año. Afortunadamente el resultado responde a las expectativas y con creces. Es una película con identidad y alma, destinada a marcar generaciones. Y no es por que sea precisamente perfecta, de hecho existen ciertas inconsistencias en el desarrollo de los personajes protagonistas —la línea romántica incluida no cuaja del todo— y el villano nunca termina de representar una amenaza tan seria como la que se plantea.
Sin embargo, Steven Spielberg acierta con su propuesta en lo más importante, logra entender y reinterpretar cada uno de los códigos, dándose el lujo de seleccionar los elementos —incluso omitiendo algunos que provienen de su propia obra, dejando sólo los que realmente tienen peso de fondo— y amplía el universo que ofrece la novela escrita por Cline y publicada en 2011.
Pero lo mejor de todo, es que el otrora director de producciones icónicas como Tiburón(1975), ET el extraterrestre (1982) y más recientemente de la estupenda The Post (2017), lleva el concepto más allá del amalgamado de referencias que le ha ganado volverse —y con razón— una de las historias favoritas de los fans del anime, los videojuegos, los cómics y similares; elabora con cuidado y detalle un homenaje a la fascinación por la cultura pop y en específico la de los 80, que al mismo tiempo reivindica la importancia de vivir fuera de ella sin dejar de disfrutarle. En su discurso, con un claro dejo de nostalgia por la inocencia del soñador primario que alguna vez él mismo fue, incluye una reflexión sobre ese punto en que el ser humano, en su afán por entender y controlar su entorno, en su búsqueda de fabricar mundos en donde liberar su imaginación, a veces termina perdiéndose, quedando a expensas de sus propias creaciones.
Si, la aventura de este joven en un futuro en donde la sociedad decadente encuentra como único escape un juego a través del cual se sumergen en una realidad virtual mucho más atractiva que la vida —algo que por cierto ya ha sido explorado en otras ocasiones como en Avalon (2001) de Mamoru Oshii—, transcurre a buen ritmo, es espectacular y en los momentos indicados es emocionante y hasta conmovedora. El oficio del Steven Spielberg que es un experto creador de fantasías se hace patente en todo momento, pero hay algo extra, algo que lo sustenta todo y hace que Ready Player One sea más que un divertido y costoso mosaico de referencias a detectar por los fans -tuvo un presupuesto de más de 175 millones de dólares- y que le hacen sumamente atractiva para el público en general.